Shut up

¡CÁLLATE!
   
   En el Judaísmo actual hay 39 cosas que no se pueden hacer en el Sabbat. En el tiempo de Jesús seguramente habría muchas más. Una de ellas era curar. Jesús se debió asombrar de que en Sábado siempre se encontrara con alguien que necesitaba ser curado. Qué hacer: ¿obedecer una ley que en el fondo es injusta pues se queda en la letra y no busca la felicidad de la persona?, o ¿responder a la invitación misericordiosa de Dios de sanar cuerpo y alma? La respuesta de Jesús está clara en los Evangelios. Increíble su libertad, valentía y cariño por los más necesitados.





   En el Evangelio de este domingo (IV Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de enero del 2018) Jesús se encuentra el Sábado en la sinagoga con un hombre poseído por un espíritu inmundo. Ésa era la definición judía de los demonios. Es curioso que ese espíritu hable de sí mismo en plural: “¿qué quieres de nosotros?” El endemoniado no lucha contra sus demonios sino que éstos ya le han vencido: hablan por él, se mueven por él, gritan por él. Y Jesús ante esto dice: “¡Cállate!” Él mismo se ha encontrado con el demonio en el desierto; sabe que una forma de hacerle callar es no escucharle, no hacerle caso. Jesús no es el super hombre que juega a ser débil, sino que como Dios dice a Moisés en la primera lectura: él ha sido escogido “de entre tus hermanos, como tú”, con nuestras mismas limitaciones. No escucha al demonio porque escucha la voz de Dios y cree. Le cree porque le ama. 

   Es el corazón indiviso del que habla Pablo en la segunda lectura. En el pasaje de Marcos Jesús da un paso más: no sólo dice al espíritu inmundo que se calle sino que le ordena: “sal de él”; en otras palabras, “déjale en paz”. Ese imperativo“¡cállate!” es la misma expresión de autoridad que Jesús utiliza ante la tempestad en Mc 4,39. Le ordena que se calle, que se calme... Y así sucede. Jesús habla con la fuerza de Dios porque conecta totalmente con su corazón.



   Hoy en día podemos decir que la situación del endemoniado se vuelve a repetir. Muchas personas ya no luchan con sus demonios porque éstos ya les han vencido hace mucho. El demonio que deja mudo al hombre y le impide que se defina ante el bien y el mal, por ejemplo. El que le hace no poderse dominar y adoptar toda clase de violencia. El que le hace gritar ante el que le confronta diciéndole: “déjame hacer lo que quiera”.

   Y Jesús ahí, viendo en lo más profundo del corazón la insatisfacción de cada uno, vuelve a pronunciar la palabra de autoridad; “¡Cállate y sal de él!” Es el kairós de Dios, el momento de la gracia, ¡y tan gratuita que ni el implicado la pide! Es la iniciativa de Dios a la libertad, al nuevo nacimiento, al encuentro con su amor y misericordia. Ojalá que nuestras vidas sean ese “¡cállate!” a todo lo que destruya el amor, la vida y la libertad en los corazones de tantos hermanos nuestros. Oremos los unos por los otros para que así sea.

   Gracias.

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