Recuerdos en una postal
Estos días
buscando papeles me encontré con una postal: un grabado antiguo de un edificio
bonito y emblemático, la estación de Tokyo. Al leer lo que tenía escrito
cantidad de recuerdos acudieron a mi mente. Era una tarjeta de despedida que un
grupo de jóvenes escribieron antes de mi partida a España. Los conocimos en la
residencia universitaria que los Dominicos tenían cerca de nuestra casa en
Tokyo.
Uno de ellos era Yoichiro
Obana, no cristiano. Vino a una actividad nuestra en la playa y como era muy
blanco de piel se chamuscó. Yo, peliroja y pecosa, conociendo muy bien ese
sufrimiento me encargué de que se pusiera crema a menudo y Dios se sirvió de
eso para llegar a su corazón. Esto fue lo que escribió: “La primera vez que nos
vimos me sorprendí que alguien que apenas me conocía fuera tan amable conmigo y
se preocupara tanto de mis quemaduras. Cuando descubrí a Dios me di cuenta de
que esa delicadeza venía de Él, y en ese momento cuánto deseé tener ese mismo
amor con los demás. Doy gracias a Dios por vuestra vida misionera porque si no
os llego a encontrar nunca hubiera podido conocerle a Él.”
Otro era Naonori
Yamamoto, también no cristiano. “Por casualidad entré en la residencia de los
Dominicos y por casualidad os conocí a vosotros. De la misma forma que me
habéis amado a mí, yo quiero amar así a los que me rodean. Es muy grande lo que
me habéis enseñado. GRACIAS”. Naonori quería bautizarse pero le descubrieron
cáncer cerebral y falleció antes de cumplir veinte años.
Del grupo
restante: Yasuhiro Ishizaki, de Nagasaki no cristiano, se bautizó con el nombre
de Francisco de Asís. Ahora trabaja en el extranjero como ingeniero. Seiji
Tsutsumi también recibió el bautismo y ahora está casado con Naoko, otra de las
jóvenes que participaban en nuestras actividades. Tienen una niña y un niño
cuyas madrinas son dos misioneras servidoras: Paula y Alaitz. Toda la familia
viene al retiro de la comunidad una vez al mes. Takao Onishi es otro no
cristiano estudiante de Francés clásico en la universidad de Tokyo. Descubrió
la riqueza de la fe y se bautizó. Descubrió la vocación y entró en la Compañía
de Jesús. Hace un mes fue ordenado sacerdote y el maestro de novicios nos dijo:
“Esta alegría es tan vuestra como nuestra. Gracias de corazón”. Ahora está
terminando su doctorado en Paris.
Cada uno de estos
jóvenes es un milagro, una historia de amor sembrada en el día a día. Yo llevo
en mi corazón la inmensa alegría de haber sido madrina de cuatro de ellos. La
alegría misionera de poder ser padres y madres de muchos y por generaciones.
Gracias.
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